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Ases de 3200

Mi profesora Olguita

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Olguita fue mi profesora de Historia en primer y segundo año de la secundaria. “Historia Elemental de Entre Ríos” fue el libro de cabecera que usamos. ¿Por qué voy a hablarles de ella? Les doy una pista para dimensionar la llegada y el afecto que cultivó entre nosotros: hubo varios compañeros que la eligieron para que entregase el diploma en la colación pese a que, como les dije, sólo nos dio clases en los 2 primeros años. Infrecuente elección. Especial, seguramente.

Cuando me reencontré con mis compañeros de secundaria, aproveché la ocasión tanto para ver a aquellos que llevaba tiempo sin hacerlo como a algunos de esos docentes que me marcaron, dejaron alguna huella en nuestras mentes ávidas de conocimiento. Pero, sobre todo, en nuestros corazones. 

Ahí apareció otra vez esta profe de Historia, como otros tantos (los preceptores e incluso nuestra querida Lidia, la rectora que nos dio una clase magistral de más de una hora, de pie, impoluta, brillante y llena de generosa sabiduría).  

Con Olguita fue diferente. Invitarla era un desafío, me dije. Sabiendo dónde era su casa, me fui a visitarla acompañado de uno de mis hijos. Abrió la puerta y le bastó con atravesar el umbral para reconocerme. Igual mantuvo cierta distancia, reja verde de por medio, en buena parte de la charla. Descubrí, según pasaban los minutos, que no era desconfianza al otro, sino a sus propias emociones.

Eso me lo hizo saber poco después cuando, tras escucharme con atención como yo cuando en la escuela ella daba una clase, me admitió que escapaba a reuniones marcadas por el reencuentro. La nostalgia la invadía, las emociones la debilitaban… ya estaba vieja. Lo dijo. Curioso esto último: siempre tuvo aspecto de abuela. Su cabellera corta, escasa y canosa, contribuían a una fisonomía afable, de esas que se sientan en un sillón y te leen cuentos. Es lo que hacía, en definitiva, porque sus relatos estaban llenos de historias, reales, de nuestra provincia en este caso. 

Dicho de otra manera, me gambeteó como los mejores. Creo que acá hay varios que me entienden cuando les digo eso. Amagó a decir que no y, cuando yo estaba dando por perdida la causa, me abrió la puerta a que “por ahí iba. Recordame en esa semana”. Me dejó una luz de esperanza, esa incertidumbre hasta el día del reencuentro, al que efectivamente nunca fue. 

En todo ese tiempo, sin embargo, coseché un vínculo que antes no tenía: el del whatsapp. También es curioso acá lo que pasa: yo escribo y ella reacciona. Me había dicho, en aquella visita a su casa, que no tenía buena vista para las letras, poca finesa de movimientos pero que ella, a su modo, se comunicaba. Y vaya si lo hacía: genialidad tecnológica la de un emoji para transmitir algo que las personas llamamos emoción. 

Sin embargo, el 20 de noviembre algo cambió: “Felicitaciones (emoji y más emoji)”, decía y era la primera vez, sin exagerarles, que me escribía. No terminé de apurarme en abrir el mensaje y llegó otro: “hola muchacho!!! Excelente tus trabajos de estos últimos días”, agregó y era como si me estuviese evaluando otra vez. No podía reaccionar, apenas volví a leer si realmente era ella la que escribía. 

Y entonces escribió un tercer párrafo: “dan un aire fresco a la comunidad y se demuestra que con compromiso y amor se pueden hacer cosas buenas y de calidad”, profundizó en un número tan largo de palabras que me emocionaron aún más. Finalmente, me pidió si le podía pasar el video de Marcos Kremer agradeciendo el mural en la escuela Borges para enviárselo a un familiar. 

¿Qué la movilizó a escribir cuando claramente no podía hacerlo con la fluidez deseada? ¿Cómo no sentirme interpelado? ¿Acaso tomamos dimensión de lo que hacemos? ¿Ustedes son conscientes de lo que al otro provocan? ¿Saben lo que significan para cada uno de nosotros? 

Bueno, de esto se trata 3200, el código del deporte. De ser ese vínculo entre lo que emprenden el más noble de los desafíos: dar el 100% de sí, incluso más, para alcanzar objetivos y luego superarlos, una y otra vez. Si damos un aire fresco a la comunidad, como dijo mi profe casi octogenaria, es porque ustedes lo hacen. Aportan al bien común, son nuestros mejores embajadores, llevan las banderas de Concordia a cada rincón de este país y el mundo.

Para terminar, repito lo dicho por Olguita: “con compromiso y amor se pueden hacer cosas buenas y de calidad”. Que así sigan haciéndolo en el 2025 que se viene. Nosotros estaremos a su lado. Gracias.