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Taekwondo

Donde el cinturón negro se gana con el alma

A los 70 años, “Lito” Paccot sigue siendo el alma del Instituto Yoo-Sin, una escuela de Taekwondo con más de cuatro décadas de historia.

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En 1984, Miguel Ángel “Lito” Paccot ´fundó el Instituto Yoo-Sin. Él eligió para su escuela el nombre de un general coreano que simboliza la unión, también presente en una de las formas (TUL) del Taekwondo. Yoo-Sin nació con esa intención: ser un espacio de formación marcial, técnica y humana, con lugar también para el Tiro Deportivo.

Desde entonces, más de 140 cinturones negros se formaron en la institución. “Todos con al menos cinco años de práctica. Excelentes personas, que es el principal objetivo que debe tener un maestro o instructor”, señala Lito en el comienzo de la entrevista con 3200, el código del deporte.

Principios que no se compran

Aunque reconoce que la educación se forja en el hogar, “Lito” reivindica los valores del Taekwondo como parte esencial de la formación personal. Cortesía, integridad, perseverancia, autocontrol y espíritu indomable son principios que sigue aplicando a diario. “Un artista marcial jamás se desvincula de su arte, así como un militar jamás deja de ser soldado”, afirma. Para el deportista, el cinturón negro no es un título: es una forma de estar en el mundo.

Ese mismo compromiso es el que espera transmitir a quienes se inician en Yoo-Sin: “Que practiquen con filosofía. Que aprendan a distinguir el arte marcial del comercio. Las graduaciones se ganan, no se compran”, afirmó. A lo largo de su carrera, el taekwondista no solo formó alumnos, sino también conciencia sobre lo que significa practicar seriamente un arte marcial.

Una vida de anécdotas (y de botes)

Con más de cinco décadas en la práctica, acumula anécdotas que parecen sacadas de una novela. Recuerda cuando, en plena inundación, cruzaban en bote desde Zárate para llegar a tomar clases en Capital Federal. Iban a dedo, sin importar el frío o la distancia. “Toda una odisea”, resume. Comenzó en 1973 con Karate junto al Sensei Kanacho Humeres y, al año siguiente, se volcó de lleno al Taekwondo en Concepción del Uruguay.

En Concordia, comenzó enseñando en distintos espacios hasta que el crecimiento fue inevitable. Primero compartió instalaciones con el maestro Miguel Perichón, del Instituto Jigoro Kano, pero con el tiempo Yoo-Sin necesitó su propio lugar. También llevó el arte marcial a otras localidades como Federación y La Criolla, cuando todavía casi nadie sabía lo que era el Taekwondo.

“Para mí, Yoo-Sin es el resultado de mucho sacrificio, esfuerzo y sueños”

Responde “Lito” con orgullo, y no habla en abstracto: fue él mismo quien derribó paredes, retiró escombros y pintó cada rincón del lugar. “Jamás le pediría eso a un alumno, pero yo lo hice”, aclara. No lo dice como reproche, sino como una verdadera declaración de principios: el camino del Taekwondo se construye con el cuerpo, con esfuerzo y, sobre todo, con el ejemplo.

Por último, comenta que para él, Yoo-Sin representa mucho más que una forma: es la síntesis de años de sacrificio, esfuerzo y sueños. Alcanzar el anhelo de tener su propio gimnasio fue posible gracias a su dedicación, al apoyo de su familia y a la guía de su maestro, Roberto Sáenz Cardama, 9º Dan, radicado en España. Con sus propias manos, y sin pedir ayuda a sus alumnos —porque entendía que no era su responsabilidad—, derribó paredes de madrugada, retiró escombros y pintó cada rincón del lugar, antes de comenzar su jornada laboral a las siete de la mañana.

Hoy, a sus 70 años y próximo a ser considerado para el 9º Dan por la Federación Internacional de Taekwondo, recuerda que su única aspiración inicial era alcanzar el cinturón verde. A lo largo de su vida, tanto en su carrera militar como en el Taekwondo, mantuvo una firme línea de conducta. Nunca buscó ser ejemplo para nadie, pero sí intentó —y aún intenta— trazar un camino, dejar una huella. A quienes deseen seguirla, siempre les dará la bienvenida.